martes, 24 de junio de 2014

La enseñanza universitaria

   Por un día pido al sufrido lector licencia para distraerme. Solicito a la amable lectora que me permita olvidar provisionalmente la escritura periodística. Incluso la escritura. Esa férrea y caprichosa temática me ha dejado sin audiencia. Solo quedas tú, singular lector. Solo queda usted, generosa lectora. De ahí que necesite recurrir a las malas artes de la crónica mundana. Un blog sin lectores, además de una tautología, es una dolorosa bofetada al aire 
   La crónica mundana comienza con una graduación universitaria. Ocurrió la semana pasada. Ya la invitación que recibí indicaba con claridad de qué van estas cosas: "acto de Graduación del Grado en Periodismo". Todo con muchas mayúsculas. Todo muy solemne, muy formal. En la ropa, al menos. Me gusta acudir a estas citas con un traje de los que utilizo a menudo para ir a clases: precisamente porque una clase cualquiera merece al menos la misma solemnidad que suscitan estas coloridas fiestas. En los discursos, tanto de los profesores como de los alumnos, muchas bromas. Cada quince segundos, un chascarrillo. Pienso en dos palabras para definir este tipo de ceremonias: "galas", "eventos".
   No digo más. Para qué añadir que me siento incómodo, extraño y hasta perdido en este pomposo sarao, en este lujoso rito de autoafirmación que podría resumirse con un cándido e impúdico "nos lo merecemos porque somos excelentes". No digo más. Para qué. Añado tan solo que aquella tarde pronuncié esta frase: "me ha gustado tu discurso". No sé por qué lo dije: por inercia, por un absurdo sentido de la urbanidad y de la compostura, por pereza mental, por hipocresía, por querer quedar bien a toda costa, por no saber soportar un silencio quizá no muy cortés aunque necesario. No me había gustado nada, pero dije: "me ha gustado tu discurso". Todavía supura esa herida.
   Al final de la graduación, besos. Fotos. Besos. Fotos. Besos. Fotos. Fotos. Besos. Y en esto, de repente, tres o cuatro conversaciones sinceras. Algo absolutamente reconfortante. Tres o cuatro agradecimientos y confidencias que no sonaban a palabras huecas e impostadas (como las que yo mismo acababa de pronunciar), sino a palabra propia y recién nacida. Y en esto, de repente, una alumna me presenta a su madre. La mujer quería darme las gracias. No sé exactamente por qué, pero intentaré resumir todo lo que entreví en su rostro: gracias por haber ayudado a mi hija, gracias por formar parte de un sistema educativo que permite a gente humilde como yo ofrecer a nuestros hijos una educación universitaria, gracias por haber colaborado en este milagro de convertir en graduada a la hija de una inmigrante cuyo empeño fundamental era (y es) sobrevivir.
   La madre de mi alumna estaba a punto de llorar. O llorando. No sé. Su hija y yo procuramos contenernos. Intentaré no olvidar nunca todo lo que me pareció intuir en los ojos de esta mujer. No se me ocurre una mejor definición de "universidad pública".

1 comentario:

  1. Soy hijo de inmigrante, soy de los que beneficiaron de la universidad pública, llego al último párrafo y ahora me toca a mí estar a punto de llorar. O quizas esté llorando. No sé, pero gracias.

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