viernes, 5 de abril de 2013

Los contextos de Twitter

   He dejado pasar un tiempo. No por exceso de trabajo. Ni por acumulación de tareas. No es que haya tenido mil textos que corregir, trescientas clases que preparar, media docena de artículos que entregar en el último minuto, o infinitos contratiempos burocráticos, traumáticos, selváticos. Nada de eso. Sencillamente estaba esperando: "la columna periodística es mi género", escribí hace meses en este mismo blog. Esperaba la llamada. Estaba convencido de que el blog tendría que morir cuando me ofrecieran LA COLUMNA. "Para qué malgastar ideas", me dije. Y esperé.


"Ordenador para dibujar palabras e ideas", según Candela.

   Si vuelvo ahora, mi siempre sagaz lector (o lectora), es porque desde hace días tengo el móvil destrozado y la reparación "llevará semanas", según me contó ayer el técnico. Durante un tiempo, no espero llamadas. Y sé además que las ideas se disipan si no las dejas crecer en un papel o en una pantalla. Así que ahí va una idea: Twitter es una herramienta poética porque multiplica las posibilidades interpretativas de cada breve enunciado. El lector interactúa al responder a un tuit (o al retuitearlo, o al marcarlo como favorito), pero sobre todo participa activamente en la tarea de asignar un valor semántico a cada unidad sintáctica. Es decir, en Twitter el lector contribuye a construir el texto -su sentido, su valor semántico y pragmático real- mucho más que en cualquier otra clase de comunicación personal o escrita.

lunes, 28 de enero de 2013

Ante la duda

   Lo recomendable, ante la duda, es buscar (por ejemplo en un diccionario de dudas: el de Manuel Seco siempre fue mi favorito). O preguntar a alguien que de verdad sepa. No me refiero a un sabio infalible, sino a una persona capaz de reconocer que no sabe si no está completamente seguro de algo. También es recomendable, cuando el tiempo aprieta y no se encuentra otra salida, esquivar aquello sobre lo que se duda. Si resulta imposible consultar el significado o la grafía correcta de cierta palabra -supongamos-, mejor cambiar la palabra sospechosa por otra con la que nos sintamos más seguros. 
   Esto era lo que pensaba hasta ayer mismo. Hoy, sin embargo, admito que la duda puede generar otras soluciones, otra clase de huidas. ¿Recomendables? Lo dejo al criterio del siempre sagaz lector.
   Imaginemos que un periodista debe titular una información suministrada en una rueda de prensa. Como prefiere evitar un verbo declarativo puro ("dice", "afirma", "asegura") y pretende dar significado pragmático a la frase que desea entrecomillar, recurre al vebo "avisar". Imaginemos, pues, un enunciado parecido a este:       

Elpais.com, 26 de enero de 2013.


lunes, 7 de enero de 2013

Las comparaciones

   Me reprocha un amable lector (mi único lector, según sospecho desde hace siglos) que no escribo con suficiente garra en este cuaderno. No lo dice exactamente así, sino mediante una atenuadora comparación: "en un artículo que he leído de usted por fin he visto que se moja, porque lo que escribe en este blog...". He respondido que respeto los géneros, que aquí la cosa es más o menos teórica, pero que -retomando la comparación- en otros lugares el tono sería distinto. No me gusta esconderme. Al contrario. En los artículos de fondo, o tribunas, me atrevo como el que más. Y qué pena que nadie me ha haya pedido nunca que escriba mordaces columnas. Siempre supe que la columna es mi género. 
   A lo que iba: las comparaciones. Como acabo de mostrar, no todas son dañinas. Aunque el tópico insista -es su obligación- en que son odiosas, a mí nunca me han caído mal. Por disentir del tópico, lo confieso, pero también porque de verdad creo que la comparación no merece tan mala fama. Piensen en la dignidad aristocrática de la metáfora, o en la complejidad conceptual de la alegoría. A su lado la comparación se transforma en un juego infantil, facilón, casi vulgar.