martes, 20 de marzo de 2012

La olla podrida del periodismo

   En la olla podrida clásica las legumbres conviven con tocino y carne, con embutidos y aves. Resultado: una estupefaciente confusión de "cosas suculentas". El primer periodismo generó grandes ollas podridas. Tropecé ayer con una página de La correspondencia de España (01/10/1878). En el minúsculo fragmento que reproduzco caben la cita de El Imparcial, la previsión sobre cierta reunión del Consejo de Estado, el anuncio de vacante para notario en la audiencia de Palma, la noticia según la cual ha llegado por fin a Madrid el auditor general de Zaragoza, la nota de sucesos sobre "la acalorada riña en la plaza de la Cebada"...


   Al alcanzar la madurez, el periodismo demandó orden. Cada información aspiraba a encontrar su lugar adecuado, su sección, su ambiente propicio. Los textos generaron co-textos pertinentes o extemporáneos. Dicho de otro modo: los periodistas debían ubicar con criterio las noticias. Publicarlas fuera de sitio (o emitirlas a destiempo) estuvo mal visto. "Estuvo", en pasado. Porque el periodismo de hoy ya no hace ascos a la vieja olla podrida. Otra regresión más. Los cibermedios buscan lo último, lo novísimo. Y todo cabe en su página principal. La combinación abigarrada de temas y tonos no sorprende: al fin y al cabo, respiramos -aunque sea indirectamente- el aire de Facebook o de Twitter. No es que no haya orden ni criterio: es que el criterio y el orden han cambiado. Por eso los fallecidos del "Costa Concordia" y su campana robada conviven amigablemente con con la muerte del perro más feo (elmundo.es, 15/03/2012). Por eso el fotograma de El Padrino parece ilustrar la información sobre infracciones de pesca, junto a una apasionante aventura de videojuego y cerca de una receta para elaborar "milhojas de espárragos y merluza".


   
   Confesión trágica de tercer párrafo (al que supongo que no llega nadie): hace muchos años, cuando era más adolescente que joven, me regalaron un informativo de televisión para que intentara editarlo. Un domingo, a las 15:20 horas, apareció un teletipo con una o dos líneas. Atentado terrorista en el País Vasco. Estábamos en publicidad. En la escaleta solo faltaba ya la información del tiempo. Tres minutos después, al volver de publicidad, el presentador leyó el teletipo. Y cuando terminó de contar lo que sabíamos en ese momento, dio paso -según le indiqué- a la previsión del tiempo, que por entonces iba acompañada de una musiquita terrible ("mi limón, mi limonero..."). Terrible, sobre todo, después de informar de un atentado. Cuando escuché aquello sentí vergüenza. Me volví a equivocar después muchas veces, y de mil modos, pero creo que nunca volví a sentir ese tipo de vergüenza. Supongo que hoy un editor no pasaría ese mal trago. No al menos como yo lo viví. La olla podrida, invisibles e hipotéticos lectores, ha vuelto.


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