viernes, 16 de noviembre de 2012

El texto y la memoria

   Esta mañana he consultado el viejo archivo de papel. Antes acudía allí con frecuencia. Ahora no tanto. Menos de lo recomendable. Hoy, por ejemplo, he leído (y he tocado) una columna de Joan Barril por la que siento predilección. Se publicó en 1988. Se titulaba (y se titula) "Nosotros". Qué extraña, heterogénea y abstracta resulta esa primera persona del plural: nosotros los periodistas. En el centro del texto, coincidiendo con el doblez y con un tono sepia particularmente oscuro, esta frase para la memoria: "éramos el cuarto poder y ahora somos el cuarto de estar".

"La escritura y la memoria": ilustración de Candela (para una explicación del dibujo, hablen directamente con ella).  

   Para la memoria, sí. También esta mañana, después de curiosear entre tantos viejos papeles, he trabajado con el archivo digital, ese que -silenciosamente adosado al ordenador, sin aparente peso ni volumen- amortigua el efecto del olvido sobre las lecturas. Necesitaba anotar algunas frases e ideas de La fórmula preferida del profesor (Yoko Ogawa, editorial Funambulista). El personaje de ese libro es un apasionado de las matemáticas. Tras sufrir un accidente de tráfico, su inteligencia se conserva intacta. Su memoria, en cambio, queda limitada para siempre: ya solo alcanzará a conservar lo vivido durante los últimos 80 minutos.
   Así es el mundo de hoy, he pensado. Incluso en la escritura. El tiempo se acelera. En el espacio público todo ocurre a gran velocidad. Cada vez más y más rápido. El adverbio "ahora", que en el periodismo tradicional significaba "dentro de poco tiempo" (apuntando al futuro), debe entenderse ya como "hace poco tiempo" (apuntando nítidamente al pasado). Porque, si todo es inmediatez, de manera automática todo se transforma en pasado remoto. Como le ocurría al entrañable profesor de matemáticas, solo recordamos nuestros últimos 80 minutos. O menos, quizá.   
   Y, sin embargo, la escritura que importa no sobrevive sin memoria. Sin memoria, incluso una escritura fulgurante está condenada a la reiteración y al hastío. No crecerá, no encontrará definitivamente su voz, no soportará con dignidad el paso del tiempo. Es incomprensible, por todo ello, que se desprecie el valor de la edad en la escritura periodística. "Edad, edad, tus venenosos líquidos", escribió Antonio Gamoneda.
   No se trata solo de saber cuándo conviene introducir la cita oportuna o la documentación pertienente. La memoria resulta además imprescindible para dominar el ritmo de las palabras y de los párrafos. Proporciona recursos para conferir densidad al texto, del mismo modo que marca los lugares en los que más vale perder sustancia, dejarse llevar, dar un respiro al lector. Indica también si debemos generar o romper expectativas. Si es el momento de la profundidad o de la anécdota. La memoria aconseja mirar con precaución hacia realidades súbitas, a manejar con prudencia versiones incontrastables. Enseña a escribir con silencios. Permite llevar al lector por un camino invisible, aunque más bien parezca que es propio lector quien improvisa ese camino de manera caprichosa, con absoluta libertad.
   La memoria determina cómo escribimos. Y aún más cómo no escribimos ni escribiremos, cómo no lo haremos jamás. La memoria, en la escritura, no es una simple cuestión de estilo. Es también una cuestión de conciencia. Algo parecido a la voz interior y esencial de un texto: "Edad, edad, tus venenosos líquidos. / Edad, edad, tus animales blancos".

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