miércoles, 27 de junio de 2012

La escaleta creciente (o menguante) y otras metáforas

   Conocí hace años a un redactor-jefe muy peculiar. Era desastroso para algunas cuestiones: desordenado, desinformado, despreocupado... Dejémoslo así, porque otras muchas veces resultaba admirable. "Tú has estado allí", decía al pobre periodista que se enfrentaba al reproche de un coordinador. "Si la agencia dice otra cosa pero estás seguro de que es un error, daremos lo que tú dices: para eso has estado allí". El coordinador miraba al infinito con ganas de estrangular a ese plumilla que había osado, ¡oh dios!, contradecir a una agencia de noticias. El jefe, para dejar claro quién mandaba allí, bajaba entonces al bar para zamparse un bocadillo de atún. Modélico, ya digo. 
   El 31 de agosto de 1997, domingo, este redactor-jefe llegó a trabajar, como era su costumbre, bastante tarde. La tropa esperaba órdenes. Había muerto Diana de Gales. Cuando alguien se lo comunicó, pensó que le estaban tomando el pelo: "Venga yaaaa", dijo. Y desapareció. Volvió más tarde -no sé de dónde- con una versión algo más precisa acerca de lo que había sucedido en París. Improvisó una escaleta. Repartió piezas. Balbució portadas. Todo ello, a su modo... Que aquellos informativos acabaran sin negros, roturas ni anginas de pecho era un milagro que aún hoy sigo sin comprender.
   Cuando subimos a la redacción después de comer, aquel pintoresco personaje recibió la orden de preparar un programa especial. Duración: dos horas. Para la tarde, sí. Para ya mismo. En televisión es muy complicado improvisar un programa de este tipo. Cualquier otro periodista se habría encabritado. Nuestro redactor-jefe, en cambio, se limitó a dar un divertido paseo por la segunda planta.

   - Pedro, ¿tú qué has hecho?
   - El accidente. 
   - ¿Cuánto duraba la pieza?
   - Uno treinta. 
   - Pues para el especial tienes cuatro minutos. ¿Y tú, Anabel, qué has hecho?
   - Yo tenía las reacciones.
   - Cuánto tiempo...
   - Un minuto.
   - Para el especial serán tres. Luis: ¿qué has hecho tú, hijo?
   - El noviazgo de Diana y Dodi. Duraba un minuto diez, pero es que las imágenes...
   - ¡Me importa un carajo si tienes imágenes! Si no hay otra cosa, haces dibujitos. Para el especial, tres minutos y medio.
   - Pero es que...
   - ¡Pero es que, nada! Tres minutos y medio. Si no hay archivo, te lo inventas.
   Y así, redactor por redactor. La escaleta estaba resuelta. El programa especial resultó ciertamente especial. Es decir: un desastre. Pero el gestor de contenidos no perdió el tiempo ni se complicó la vida. Como es lógico, el mismo sistema podría haberse utilizado para recortar la escaleta. Para convertir, por ejemplo, el informativo de media hora en apenas diez minutos.
   Moraleja periodística: si alguien se ve algún día obligado a recortar o ampliar escaletas, seguramente se sentirá atraído por este singular método. Un método -digámoslo con claridad- absurdo, ineficaz, descabellado, irracional... Pero cómodo. Extremadamente fácil de utilizar. El gestor que lo emplea no sufre, no duda, no pierde el tiempo. Esta fórmula mágica permite que el gestor gestione con precisión de autómata. Casi sin pensar.

2 comentarios:

  1. La elasticidad del tiempo. Estupenda entrada, Javier.

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  2. ¿Recortar? No hay dolor... de cabeza, desde luego.

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